lunes, 28 de abril de 2008





El Momento de Juan para la Historia

Al ingresar a la droguería se dio cuenta que no la conocía lo suficiente como para volverla su guarida pues al encontrarse en el centro del local se sintió atrapado entre miles de manos que parecían rejas, voces que gritaban sin orden ni entendimiento. Juan estaba sorprendido, asustado, devorado por el pánico, tanto que su temor lo convirtió en el asesino.
Se cree que si hubiera tenido algo de lucidez habría sabido como defenderse en ese momento. Pero así era Juan: tímido y desorbitado, perdido en su propio mundo como un autista. Y precisamente por esa timidez había buscado al doctor Gaitan durante los últimos días, porque era claro que él doctor siendo su antagonista podría servirle para sacarlo de ese problema que lo obligó a salir de su limitado mundo de ideas, de su vida monótona y sin sobresaltos, pero tranquila y segura; al punto que si no hubiera sido por lo trascendental de su muerte, su vida ni siquiera habría tenido un momento en la historia. Claro está: a pesar de saltar del anonimato a la notoriedad en un solo segundo y tal como el resto de su vida, Juan no era ni el primer muerto de la tarde ni el mas famoso.
Juan no buscó más que poner sus manos frente a su angustiado rostro. No atacó, ni siquiera se defendió, solo se ubicó ahí a esperar que lo golpearan, eso si aterrado, muy aterrado pero no por los golpes, mas bien por las miradas y la atención que había captado de tanta gente, eso lo vulneraba tanto que solo atinó a mirar al boticario para que le proporcionara un brebaje rápido y seguro para aliviar su angustia aunque bien le habría servido una cicuta pues la muerte resultaba ser su escape a tantas miradas sobre su pobre humanidad. Por supuesto, el dependiente de la droguería no supo leer su mirada, ni siquiera se acordaba de este cliente asiduo de pastillas para el dolor de cabeza que en los últimos días había entrado a su negocio muchas veces, porque así era Juan tan insignificante como para no ser notado.
Recibir golpes se volvió su profesión. En ese momento llegó a su instante de gloria absorto en un mar de puños y patadas que luego se quedaron cortos para llegar a la humanidad de Juan. Pronto sus agresores tomaron herramientas que venían de diferentes ferreterías ubicadas a pocas cuadras por la calle que bajaba del cerro hacia Sanvictorino y que fueron estrenadas en el cuerpo ya maltrecho de Juan.
Finalmente murió sin saber por qué se tenía que morir o más bien sabiendo que la muerte le cobró su cobardía y su falta de palabras vehementes en el momento justo pues un simple “yo no fui” lo había dejado nuevamente anónimo, pero vivo.

Maoavellaneda.