martes, 7 de octubre de 2008

MIENTRAS DORMIAS


I.

No es cierto lo que crees que coloqué algo en tu bebida, pues si recuerdas nunca abandoné el sofá. No toqué tu vaso más que para servir tu primer y único sorbo de vino y tampoco manipulé de manera extraña la botella. Tomaste la primera copa de ese vino chileno que habías escogido un par de horas antes y que fue pasado por hielo durante la previa. Luego, como lo debes recordar, estabas sentada junto a mí y lo tomaste de un solo trago con una leve interrupción como para tomar aire antes del final. Dejaste tu copa vacía en el piso junto al sofá e inclinaste tu cabeza hacia mis piernas como usándolas de almohada; en seguida tus piernas subieron al sofá y como por instinto empecé a jugar en tu cabello mientra sostenía mi copa a la altura de los ojos, tratando de descomponer la receta y contemplando el baile del oscuro liquido en el cristal al ritmo de una bella canción que tu también habías escogido ¿lo recuerdas? Sólo al final de la canción y ya cuando el vino era escaso en mi copa, me percaté que mis dedos habían pasado de tu cabello al contorno de esas mejillas que tanto me gustaba besar cuando te encontraba o te despedía y que antes de esta cita eran mi más preciado logro contigo. ¿Te parece justo que un beso en la mejilla haya sido el mayor logro obtenido por tantos años de quererte en silencio?
Me dediqué a hacer lo que ya te describí y al darme cuenta que dormías solo jugué con tu cabello, tus mejillas y debo confesarlo: bajé mi mano a tu pecho hasta la frontera que marcaba la ropa. Fue leve el roce de mis dedos, de otra forma habrías despertado, y aunque si pasó por mi mente husmear tu intimidad no lo hice pues mi mano llegó sólo hasta tu cintura. Debo confesar además, que traté de levantar tu falda pero no fue necesario llegar al pecado pues tu movimiento de piernas la llevó hasta el límite de mi malicia. Pasó mucho, mucho tiempo, afortunadamente la botella de vino estaba a mi alcance y pude disfrutarla casi en su totalidad así como la música, mientras tú soñabas quién sabe con qué diablos porque te retorcías como si estuvieras tratando de librarte de una soga que te amarraba y entre tantos movimientos pensé: -si durmiéramos juntos tendríamos problemas-. Al final de otro trago me di cuenta de que tus ocasionales movimientos hacían subir la faldita hasta el termino en que tus muslos me ponían ansioso y si bien quise subirla más, tus movimientos la llevaron donde con un esfuerzo la punta de mis dedos logró rozar tu piel y eso sólo lo hice porque con tanto movimiento tu cabeza me obligó a abrir las piernas, acomodarme un poco y aflojarme el pantalón.
Eso fue lo que pasó. Aunque no coincide con lo que pensaba: te confieso que en mi mente quise que mis manos fueran más largas, quise tener más manos y quise que fueran más atrevidas. Sobre todo eso, más atrevidas y creativas. Pero siempre pretendí llegar a explorar tu intimidad con el sabor del triunfo después de persuadirte, mi reto, no mientras dormías.

II.

Yo estaba muy emocionada. Te juro que al escoger el vino sentí malicia por lo que pudiera pasar. Pero eras tú, y sabía que después de tantos años tendríamos que estar muy locos para pensar en algo más que una linda amistad.
Sabes que quiero tener siempre el dominio de la situación por eso elegí la música y me dejé atender con el vino. Noté que la copa era muy grande y casi la llenaste como retándome a beber y sin pensarlo dos veces te demostré que podía empujarla de un solo sorbo. Me estaba ahogando, por eso tuve que parar un momento intentando que no lo notaras y empecé a sentir el calor del licor por todo mi cuerpo. Debo sentarme para no hacer el ridículo - pensé- , me ganó la cabeza y…
En adelante, solo recuerdo que te vi de una manera distinta, como el hombre guapo que me parecías antes de ser amigos, y sabía que tú no eras indiferente a mis coqueteos esporádicos sólo por probarte. Sentí tu mano en mi cabello, eso me excitaba, pero tocaste mi rostro y sentí la mano de mi padre, cuando solía acariciarme. Aún así, traté de neutralizarlo llenando mis pulmones de aire para que mis senos se notaran más pronunciados y quería en realidad que me tocaras pero tus dedos seguían siendo ariscos a mis deseos, pasaban y pasaban una y otra vez por el contorno de mis pechos pero no llegaban a sobrepasarse, ¡qué malditos tan respetuosos! Fue mucho tiempo el que esperé con ansia que me tocaras más allá, inclusive empecé a sentir cosas mas abajo, me puse nerviosa y empecé a frotar las piernas como queriendo consentir mi sexo pero lo único que logré fue escalofríos pues la falda descubrió mis piernas.
No podía ser tan evidente pues a pesar de querer tener el dominio de la situación no era correcto tomar la iniciativa, además porque a mi no me achacarías responsabilidad en esto ¡no señor! Sin embargo quise ser sexy, quise excitarte y con movimientos de cadera logre subir más la falda, quería ponerme a tu alcance y por un momento sentí que lo lograba, eso me provocaba mucho y empecé a frotar tu sexo con mi cabeza hasta que sentí que se abría tu pantalón y ya me di cuenta que estaba siendo muy evidente. Me concentré en la parte de abajo, en mi entrepierna y quería tu mano ahí pero noté que solo tocabas mi cadera y el borde de mis muslos, como jugando con el encaje. Pero te quedaste ahí, sin avanzar. ¡Qué manos tan cortas! –pensé-.
Definitivamente el trago me volvió loca, no vuelvo a tomar vino, y menos así de rápido. ¿Qué me echaste en el vino? Mi falda estaba muy arriba, estaba semidesnuda ¿qué diablos me pasó? Me comporté como una puta; Me preguntaba, -¿Ahora qué va a pensar este man de mi?- entonces mejor me hice la loca y salí corriendo, no tuve otra opción que echarte el agua sucia, culparte por tu “atrevimiento” y esconder mi vergüenza en tu inocencia, en mi sueño mientras me hacía la que dormía.


Maoavellaneda.

EL QUINTO PISO




Baja presuroso por la escalera, abre la puerta y descubre que no hay nadie. Sube al quinto piso y se asoma nuevamente por la ventana, ahí esta ella paciente esperando que le abriera la puerta. Vuelve a bajar los cinco pisos esta vez más rápido y al abrir la puerta no hay nadie. -¡que desgracia!- grita mientras sube nuevamente la escalera y al llegar al quinto piso abrió la puerta y corrió hacia el teléfono – ¿alo?- colgaron. Se sirve un vaso de agua y camina a la ventana. Ella estaba nuevamente ahí. Deja el vaso, baja la escalera abre la puerta y no la encuentra. Maldice nuevamente su suerte y sube con resignación aunque solo hasta el cuarto piso, suena el teléfono y era preciso correr. Colgaron. Por automatización se asoma a la ventana y la ve nuevamente. -¡esto no puede ser!- grita con desesperación. Abre la ventana, saca medio cuerpo y empieza a llamarla. Ella no le escucha, solo toca el timbre periódicamente y mueve el zapato como perdiendo la paciencia.
El decide bajar nuevamente, ya está fatigado pero guarda la esperanza de poderla encontrar, escurre agua por su frente, sus pasos se vuelven saltos y antes de llegar al primer piso tropieza y baja los últimos escalones rodando. El golpe es duro pero piensa en ella, en ese polvito rico. Como puede se incorpora y llega a la puerta –¡maldita sea ya se largó!- dice mientras siente el dolor del golpe en su cadera. Su tobillo también está resentido. Sube la escalera muy despacio, saltando en un solo pie. Llegando al quinto piso escucha el teléfono, va a correr pero no puede, le vale mierda que suene, que pase lo que sea. Al entrar al apartamento aún suena, se estira y toma la bocina. Colgaron. Se llena de ira, hasta arrancar el cable de la conexión, tira el teléfono por la ventana, reflexiona, corre a mirar y la ve, tirada en el piso inconciente, el golpe fue duro, nadie se acerca a auxiliarla. Como puede con su tobillo y cadera lastimados baja los cinco pisos se demora mucho mas tiempo pero por fin llega y abre la puerta, no está ella, ni el maldito teléfono, ni un pedazo de nada. Se sienta en la entrada a revisar su tobillo. Está hinchado decide subir a buscar hielo, despacio y con mucho dolor por fin llega a la cocina se coloca hielo y una venda. Pasa por la ventana y ahí esta la maldita tirada en el piso, inconsciente -¡no puede ser!- ya no siente el dolor. Empieza a tirarle trozos de hielo para que se mueva. Su puntería es muy mala, no le atina, no le pasa ni cerca, se acabó el hielo, baja por última vez por la escalera abre la puerta, no está. -¡que diablos esta pasando!- por la ventana la ve, al bajar ya no está, sube al quinto piso y mira por la ventana ahí está.
¿Otra dimensión? ¿Una mala broma? Algo esta pasando. Se queda mirándola, ve sangre, pero mueve la cabeza hay que ayudarla además todavía tiene ganas de ese polvito rico. Decide bajar por la ventana, son cinco pisos. Es arriesgado pero algo hay que hacer. Muchas sábanas unidas, fuertemente por las puntas son la solución. Empieza a bajar, cuarto piso, tercer piso, se rasgan las sabanas, caída libre. El totazo es duro.
Se despierta en el piso del apartamento tirado sin entender lo que había pasado. Se acuerda de ella y como puede va a la ventana, hay está tirada en el piso, sin auxilio y con el teléfono y un arrume de sábanas al lado. Ella empieza a convulsionar y desesperado salta por la ventana.
Se vuelve a despertar en el piso. En su apartamento. Le duele todo el cuerpo pero se incorpora. Descubre que no hay forma de llegar a ella, como un imán que repele la carga semejante. Pero es solo su cuerpo. Lanza mas cosas por la ventana, ropa, utensilios, el colchón, la cama, sillas, sofá y todo cae al primer piso junto a ella. Está prisionero del quinto piso, por la escalera no hay nada, por la ventana está todo, hasta el quinto piso. piensa que la terraza es la manera de llegar al primer piso, por la escalera auxiliar. Llega a la terraza y allí están todas sus cosas tiradas, empieza a buscarla remueve todo, sofá, colchón, sábanas, no la encuentra. Mira a la calle, está abajo, parada en la puerta, timbrando. Usa la escalera auxiliar pero esta solo llega al quinto piso, entra por la ventana y ahí está ella con su cabeza rota, y el teléfono en la mano -¡que te has creído desgraciado!- le dice mientras le descarga el aparato en la cabeza. Adiós al polvito rico.
Maoavellaneda

DEMASIADO VIEJA PARA MORIR


A las 3:30 de la tarde, en el pabellón San Rafael del Hospital de San José, se escuchó un grito de dolor al final del pasillo de maternidad donde estaba recluida la abuela, por ser el sitio más higiénico del centro hospitalario. Paradójicamente, al mismo tiempo del anuncio de su muerte, alguien corría por el mismo pasillo tratando de hablar por su teléfono móvil, dando la noticia del nacimiento de una niña grande, rosada, en perfecto estado de salud y que se llamaría Sofía.
Así fue el momento exacto de la muerte de la abuela tal como lo vivimos parados al otro extremo del pasillo y con la angustia de saber la reacción de mi mamá y mis tíos pues desde el principio se resistían a creer que la vieja nos dejaría de acompañar. Salieron los tíos de la habitación, mi hermano y mi padre con desespero corrieron a buscar a mi mamá pero la dependiente de seguridad no los dejó pasar pues era ya mucha gente y la norma no lo permitía. Mi hermano no atendió y pasó derecho imponiendo su bravura y finalmente llegó hasta el abrazo de mi madre.
Yo no me moví del sitio, tenía un buen lugar para observar lo que pasaba, tanto en el corredor, como en la salita de espera (donde todos lloraban), pues sabía cual era el desenlace de esta espera tortuosa e incomoda. Lo sabía desde una hora antes cuando llegue al hospital y muy rápidamente entré a esa última habitación del pasillo y descubrí a la abuela postrada, hecha nada, con su pequeño cuerpo ya escuálido y sin sentido. La abracé y le empecé a hacer jueguitos para que se despertara, cosquillas, pellizcos y bromas negras hasta que mi mamá me reprendió y me dijo que ya no la molestara más. Me di cuenta que la abuela no jugaría más conmigo y mucho menos se aguantaría las bromas sucias que nos solíamos jugar mutuamente. La abuela estaba muriendo.
Yo siempre sabía cuando estaba enferma o alentada. Era una niña cruel que me jugaba bromas como una hermana mayor que descarga su bronca en el menor de la casa: me hacía zancadilla, escondía mis gafas, refundía mi correspondencia, espantaba a mis amigas y me culpaba de los males de la casa. Yo, timbraba y salía corriendo, llamaba a la casa calculando que llegara al teléfono para colgar, le robaba la fruta y el pan, le escondía un zapato y le desprogramaba el televisor. Éramos dos niños que nos buscábamos problemas sea por que no nos soportábamos o mas bien porque éramos los únicos que tolerábamos mutuamente las bromas de mal gusto.
Ella, a pesar de sus 7 décadas de vida jugaba para distraerse y llamar la atención. Yo, con mis treinta y pico años veía en ella la posibilidad de perpetuar mi inmadurez. Ella muy lucidamente reclamaba ser tenida en cuenta para todo pues a veces sentía que ni siquiera mi madre le prestaba la suficiente atención, como aquel día en que tembló la tierra y en emergencia todos corrimos fuera de la casa a resguardarnos y al hacer inventario de los elementos dispuestos para la ocasión nos dimos cuenta que nos había faltado algo: la abuela.
Mi abuela dejó a su muerte muchas bromas, travesuras y una gran enseñanza. Ella se colgaba de los árboles para robar cerezas criollas, metía comida al cuarto para fermentarla hasta que el olor obligaba al aseo general, no prestaba las llaves pero si plata a alto interés, cargaba de sal las comidas, husmeaba en las puertas entreabiertas y se metía en lo que no le importaba, como aquel día que desterró a mi fisioterapeuta con un regaño porque me estaba “manoseando” e “irrespetando la casa”.
Todos decían que ella y yo éramos como agua y aceite, que no nos podíamos ver, pero teníamos una manera distinta de comportarnos, nos mortificábamos mutuamente y era como nos comunicábamos, en esencia parecíamos almas gemelas, con algo muy en común: el juego y la diversión a pesar de la adultez.
Esa fue la gran enseñanza que mi abuela dejó, al menos para mi; pues no importa que tan absurdo parezca que alguien se preocupe a estas alturas por gastar bromas ya que la felicidad del deber cumplido después de planear la travesura daba un nuevo aire a la reducida existencia de la abuela.
Finalmente, en ese hospital donde había vencido a la muerte en tres ocasiones, por la terquedad de no dejar el mundo sin completar unos pequeños vandalismos que había planeado, decidió en ese cuarto del fondo del pasillo no responder a mis insultos ni desquitarse de mis caricias y fue cuando realmente me di cuenta que la abuela se iba a morir y que con todos los años vividos, sus diez hijos y dos matrimonios era la hora de dejarme madurar aunque desde ya le anticipo que así como se rehusó a morir cuando le tocaba y lo hizo cuando se le dio la gana, seguiré jugando hasta que tenga la edad para aprender como ella, a mamarle gallo hasta a la muerte pues me siento demasiado joven para dejar de jugar.



Maovellaneda (cuento incompleto).

viernes, 27 de junio de 2008



El Mejor Hijo del Mundo


-Papi, ¿cuándo me arreglas mi bici?
-Después.
-¿Cuándo es después?
-Ahora no me molestes, estoy trabajando.
-¿En qué estás trabajando si yo te veo ahí sentado escribiendo?
-Estoy haciendo un proyecto para unos niños de El Refugio.
-¿Te demoras?
-Bebé: déjame terminar esto y ya te atiendo ¿vale?
-¿Pero cuándo me arreglas mi bicicleta?
-Después.
-Pero tú me dijiste que me la arreglabas el otro día y ya pasó otro día y otro día…
-Un día de estos…
-Pero un día de estos fue ayer…
-Espérate un momento que necesito terminar esta idea para mi trabajo.
-¿Y para qué trabajas tanto?
-Para cumplir con mis tareas y me paguen.
-¿Y para qué quieres que te paguen?
-Para tener plata para comprarte tus cosas.
-Yo no necesito cosas. Necesito que me arregles la bici…
-Para pagar el arreglo de la bicicleta.
-Yo tengo estas monedas.
-¿Si?, ¿y cómo crees que vamos a comer y el estudio y la ropa?
-Eso no importa. ¡Yo quiero mi bici!
-Dame un minuto.

-Papi, ¿ya es un minuto? ¿Ya casi?
-Si bebé, ya voy a acabar.
-¿Ya?
- A ver: si me sigues molestando no voy a terminar.
-Pero es que necesito mi bici. ¿Por qué no me arreglas la bici?
-¡Por favor dame un momento!
-Papi, ¿quieres algo de tomar mientras tanto?
-Bueno, tráeme un jugo.

-Toma. ¿Te traigo algo para el frío? Mira: te presto mi gorro para el frió.
-Gracias hijo.
-Te presto este carrito para que te sientas mejor. ¿Te ayudo?
-Deja así nene.

-¿De dónde es que son esos niños?
-De El refugio.
-¿Esos niños de El Refugio son muy importantes para ti?
-Son importantes para todos.
-Para mi también son importantes papi. Les voy a prestar lo que mas me gusta.
-¿Tus juguetes?
-No. Mi papi.
-Vamos te arreglo la bicicleta.
-¡Siiiiiiiiiii!

-Está complicado. Hay que buscar un taller.
-Nooooo…. Solo ínflala y apreta este manubrio que está suelto, los frenos no importan, yo freno con el pie o contra los andenes y así sirve.
-Voy a conseguir herramienta.
-Hazlo con la mano. Tú eres fuerte.
-Ten paciencia.
-¿Te acuerdas que un día arreglaste mi triciclo que se le salió una llanta? ¿Y otro día arreglaste mi muñeco de los Fantásticos que se le salió la cabeza?
-No se le salió, tu lo desbarataste.
-Pero lo arreglaste.
-Eso era más sencillo.
-Pero lo arreglaste papi. Tú siempre puedes.
-Vamos a ver.
-Papi, yo quise tener un papá arreglador como tu, y lo tuve.
-Yo quise tener un hijo mamón y lo tengo.
-¿Yo soy mamón?
-Muy inquieto.
-¿Eso es malo?
-No. Eres el mejor hijo del mundo.
-¿Yo soy el mejor hijo del mundo?
-Si. Alcánzame ese inflador. Esta tuerca estará segura mientras le ponemos una nueva.
-Toma el inflador. Tranquilo que yo la voy a cuidar y no la voy a estrellar más contra los andenes para que no se dañe.
-Eso espero.

-Listo. Súbete pues.
-Quedó muy buena papi, ¡mira cómo salto este andén!.
-¡Cuidado!
-Papi quedo buena. Eres el mejor arreglador.

-¿Me llevas al parque?
-huuuuy, ¿plata y dulces?
- No. ¡Sólo quiero que me lleves al parque! ¿Entonces para qué me arreglaste la bici si no me llevas al parque? ¡Tú me dijiste el otro día que me llevarías al parque!
-¡Caramba! Que chino tan mamón.
-¿Entonces para qué me dices que soy el mejor hijo del mundo si no me sacas al parque? ¡Tú me lo habías prometido y lo que tú dices se cumple!
-Bueno, bueno pues… voy a apagar el computador dame un segundo.
-¿Papi ya es un segundo?
-¡Ande pues! Voy a llevar estos documentos para leer.
-No papi no trabajes más ¡te dejo el día libre! ¿Cómo es que vas a llevar trabajo al parque?
-Puedo leer unas cosas mientras tanto.
-Bueno pero no te puedo esperar mucho tiempo.

¡Papá! Ya no te puedo esperar más.
-Ya llegué, voy detrás de ti.
-A que no me puedes alcanzar.
-A que si.
-Corre más
-¡Mierda!
-¿Qué pasó papá? ¿Por qué votaste tu trabajo a ese charco?
-¡Se cayeron las hojas! Ayúdame a recuperar esas que se esta llevando el viento.
-Yo te las traigo papi.
-¡No! ¡No las pises con la bicicleta!
-Tranquilo papi, no seas bobito, es para que no se las lleve el viento.
-No lo puedo creer… hoy es un gran día.
-Si papá hoy es el mejor día de mi vida. Te recuperé estas tres hojas de tu trabajo, ¿las vas a guardar?
- No, ven y te enseño a hacer aviones de papel.
-¡Oigan amigos, vengan todos, mi papá esta haciendo aviones a quien le recupere las hojas de su trabajo! ¿Cierto que si papi?
-Si. El que recupere una hoja le hago pues un avión.

Una Defensa a Vuelo de Pájaro


Una Defensa a Vuelo de Pájaro



Sin medir lo arriesgado de la situación, tomó carrera hacia la avenida cruzándose entre el tráfico difícil que a esa hora del día se dirigía hacia el centro comercial y bajaba raudo del puente. No había forma de pensarlo, ni siquiera se le cruzó por la mente que ponía en riesgo su propia vida por un avechucho maltrecho. Era la vida o la muerte de ese pobre animal que seguramente había sido golpeado por un vehículo pues una de sus alas estaba seriamente lastimada y veía como desesperadamente agitaba la otra, buscando alzar el vuelo o por lo menos arrastrarse al otro extremo de la vía; pero todos los esfuerzos eran infructuosos y seguía corriendo grave peligro.
Logró llegar hasta el sitio en donde se hallaba el pobre animal y entre pitos y frenadas estrepitosas, lo tomó con sus manos en forma de nido con precaución, como si se tratara de una gelatina que podía derramarse, y fué en ese momento en que se dio cuenta de que no era un ave común. Era de un plumaje fino, con el pico alargado y rojizo, con las patas amarillas y su forma delicada y armónica. Nunca había visto un ave de estas características pues asociaba a todos los voladores con palomas que eran muy comunes en la ciudad y fue entonces cuando dedujo que el pichón no era citadino y que seguramente estaba de paso en el sector por una migración hacia alguno de los humedales de las afueras de la ciudad. En este momento sucedió lo inimaginable: pensando en el riesgo de ser atropellado y dirigiéndose al otro extremo de la vía, se sintió atacado por un par de estos bichos que se lanzaban furiosos hacia su cabeza y sentía como ese pico rojo que antes era delicado y fino se convertía en un dardo punzante a punto de hacer blanco. Ahora la prioridad no era salvar al herido, sino salvar su propia integridad pues los furibundos pájaros chillaban tan desesperantemente que sintió la necesidad de deshacerse del animal pero la opción no era tirarlo ahí pues, además de la insensatez del momento y de todos los participantes, un abandono de la misión lo convertia en cómplice del accidente bien por omisión o por agravar el escenario dejando al herido en la misma condición, poniendo en peligro el tráfico y agitando las especies en acto de revolución.
Con el pánico apoderado de si, corrió al extremo de la calle buscando una zona verde más por deshacerse de los atacantes que por asegurar al herido; mirando al frente para ubicar el punto de llegada, pero con la vista en los escandalosos y peligrosos agresores, estuvo a pocos pasos de uno de los árboles en donde se planeó el ataque al samaritano y como pudo pero teniendo la precaución de no lastimar mas al herido, no por compasión sino por no aumentar su responsabilidad en un eventual juicio por negligencia. Pero tal fue su sorpresa al descubrir que habiéndose alejado de la escena del crimen, los pájaros seguían revoloteando por su cabeza con firmes intenciones de arrancarle los pelos y así lo acompañaron hasta que corrió muy muy lejos del lugar.
Finalmente y haciendo una retrospección, pues en su mente había quedado la sensación de culpabilidad por haber hecho algo mal, ya con la mente despejada y la cabeza libre de presión, se dio cuenta que lo único que hace la naturaleza es defenderse a si misma del mayor depredador, que históricamente se vuelve culpable hasta que no demuestre lo contrario y en esta oportunidad aunque las intenciones eran buenas el tiempo era corto y el entorno resultaba ambiguo para un acto de caridad. Era preciso castigar a la humanidad por el dolor de un ave que finalmente tendría que morir porque era como el golpe que simboliza la eterna indiferencia del hombre ante el dolor de la naturaleza de su propia naturaleza que se autodestruye sin ninguna consideración. Sin amor por mi ni por ti ni por él. Descansa en paz…

Maoavellaneda

lunes, 28 de abril de 2008





El Momento de Juan para la Historia

Al ingresar a la droguería se dio cuenta que no la conocía lo suficiente como para volverla su guarida pues al encontrarse en el centro del local se sintió atrapado entre miles de manos que parecían rejas, voces que gritaban sin orden ni entendimiento. Juan estaba sorprendido, asustado, devorado por el pánico, tanto que su temor lo convirtió en el asesino.
Se cree que si hubiera tenido algo de lucidez habría sabido como defenderse en ese momento. Pero así era Juan: tímido y desorbitado, perdido en su propio mundo como un autista. Y precisamente por esa timidez había buscado al doctor Gaitan durante los últimos días, porque era claro que él doctor siendo su antagonista podría servirle para sacarlo de ese problema que lo obligó a salir de su limitado mundo de ideas, de su vida monótona y sin sobresaltos, pero tranquila y segura; al punto que si no hubiera sido por lo trascendental de su muerte, su vida ni siquiera habría tenido un momento en la historia. Claro está: a pesar de saltar del anonimato a la notoriedad en un solo segundo y tal como el resto de su vida, Juan no era ni el primer muerto de la tarde ni el mas famoso.
Juan no buscó más que poner sus manos frente a su angustiado rostro. No atacó, ni siquiera se defendió, solo se ubicó ahí a esperar que lo golpearan, eso si aterrado, muy aterrado pero no por los golpes, mas bien por las miradas y la atención que había captado de tanta gente, eso lo vulneraba tanto que solo atinó a mirar al boticario para que le proporcionara un brebaje rápido y seguro para aliviar su angustia aunque bien le habría servido una cicuta pues la muerte resultaba ser su escape a tantas miradas sobre su pobre humanidad. Por supuesto, el dependiente de la droguería no supo leer su mirada, ni siquiera se acordaba de este cliente asiduo de pastillas para el dolor de cabeza que en los últimos días había entrado a su negocio muchas veces, porque así era Juan tan insignificante como para no ser notado.
Recibir golpes se volvió su profesión. En ese momento llegó a su instante de gloria absorto en un mar de puños y patadas que luego se quedaron cortos para llegar a la humanidad de Juan. Pronto sus agresores tomaron herramientas que venían de diferentes ferreterías ubicadas a pocas cuadras por la calle que bajaba del cerro hacia Sanvictorino y que fueron estrenadas en el cuerpo ya maltrecho de Juan.
Finalmente murió sin saber por qué se tenía que morir o más bien sabiendo que la muerte le cobró su cobardía y su falta de palabras vehementes en el momento justo pues un simple “yo no fui” lo había dejado nuevamente anónimo, pero vivo.

Maoavellaneda.